lunes, 27 de mayo de 2013

"Oh, líder llévame contigo"

Hace unos meses conocí a una chica en un bar de la ciudad, y aunque podría describirla físicamente, he decidido contaros la rocambolesca historia en la que me sumí por intentar ligarmela. Pobre de mi, en qué momento miré esas piernas de infarto (literalmente, su marido murió de un infarto entre ellas, a saber haciendo qué) que me cautivaron al instante. Me acerqué y cuanto más hablaba con ella, joder, más quería acostarme con ella. Era tonta, pero muy tonta. Y rubia. No soy muy de clichés, pero es que esta vez era muy cierto. Le pregunté por sus gustos literarios y me habló de su revista preferida, la Vanity Fair. Pero como ella decía: "sólo leo los artículos que me interesan y veo las fotos". Claro que sí mujer, así me gusta. Tú sé así y más fácil me lo pones a mi. Yo me veía en la cima, en serio "esta noche se viene abajo la ciudad" decía yo, "me coronaré" decía..., y qué equivocado estaba.
Al final de la noche me confesó que le había gustado y como es obvio yo empecé a preparar los bártulos para los artes amatorios, en los que me considero, cuanto menos, un Da Vinci en potencia. Pero bueno, el caso es que le comenté que vivía más o menos cerca. Y que sin tráfico en 10 minutos podríamos tener suerte y estar en casa. Y ante mi sorpresa me dijo algo que me dejó perplejo. "Mi círculo no me permite tener relaciones sexuales con un recién conocido, a no ser...." Ahí estaba mi esperanza, ¿A no ser qué, rubia?. "A no ser que quieras conocerlos". Ya está, aquí es cuando yo debí dudar y decir "ah no, hoy no me pillas nena" pero ya era tarde porque tenía, como se diría vulgarmente, la escopeta montá.
Yo, como un imbécil, acepté y quedamos la tarde siguiente en el mismo bar, camino a una reunión de amigos.

Me levanté por la mañana con la sensación esa que tienes cuando sabes que hoy sí que sí, que es tu día. Cuando la vi, iba vestida muy informal así que me extrañé. Aunque ella me dijo que yo "no iba tan mal". En fin, que salimos para la reunión y llegamos a un andrajoso lugar a las afueras, una nave industrial que parecía decir "apartaos que allá voy". Pero nada, yo y mi pene, en ausencia de mi razón, decidimos entrar con ella. Encontré un cuadro de lo más pintoresco. Túnicas, un grandísimo objeto (ocupaba las tres cuartas partes de la nave) tapado con una manta de terciopelo (supongo, porque no lo toqué) rojo, y también había un pequeño escenario del que salía un atril de lo más casero con un "sofisticado" sistema de sonido. Allí habrían treinta personas hablando entre sí y pensé: "Menudo círculo de amigos tiene esta chica, ¿Los conocerá a todos?", aunque quizá eso lo pensé por lo asocial de mi personalidad.
Finalmente apareció un hombre con una máscara de V de Vendetta y subió al atril entre aplausos y vítores dignos de un político honrado (si es que hay alguno vivo). El hombre, tras pelearse unos segundos con el micrófono, lo activó, dejándonos sordos a todos con el pitido que soltó. Yo intenté preguntarle a la chica que donde carajo estábamos, aunque ella ya estaba arrodillada y mirando ojiplática al de la máscara. Éste, me hizo un gesto (o eso creo, porque con la más cara no sé donde miraba) para que me arrodillase también y claro, por si acaso, lo hice. Empezó a hablar de lo feliz que ha sido entre "su parroquia" pero que el Gran Maestro Supremo, lo pongo en mayúsculas porque supuse que era como Dios, lo había designado para ir con él al tercer limbo (esto no sé como se escribiría, así que así, en minúscula) y que solo podría llevarse a su mejor discípulo. Y de la nada, al unísono, se escuchó: "Oh, líder llévame contigo".

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