lunes, 2 de septiembre de 2013

Más allá del arco

Recordé entonces aquella historia de mi abuelo. En esa historia contaba como un joven que maravillaba a miles de personas con un balón ganaba millones y millones de aquellos antiguos euros. "Más de un país hubiera podido vivir con su salario" me contaba. Era un futbolista magnífico. Driblaba con una velocidad pasmosa y pensaba diez veces más rápido que los demás. Acaparaba portadas de periódicos y revistas. Sus relaciones rápidamente llegaban a los medios, y estos, que sabían lo valiosas que eran las informaciones que llevaran su nombre escrito, lo perseguían incesantemente. Un día, ya cerca de su retiro le preguntaron: "¿Cree que su fortuna le servirá de algo el día de mañana?" y él sin saber lo que decía, cegado por las luces de colores de los lugares de moda donde era VIP y todas querían conocerle contestó con un rotundo sí. Años después, despilfarró de tal manera que se quedó en la calle. Y con todas y con esas, aquellos que lo recordaban le daban limosna, suficiente para vivir. Pero los vicios adquiridos durante sus mejores años le habían pasado factura. Tras retirarse, se dió a la bebida, las mujeres y a ciertas sustancias ilegales que devoraron toda su fortuna. Un día, mi abuelo se lo encontró. Lo reconoció de casualidad, porque su aspecto demacrado, con el pelo desaliñado y la barba a trazos irregulares escondían la penuria de aquella estrella. El abuelo le preguntó que como había llegado hasta ahí y él se limitó a señalar con un gesto de cabeza una botella de vino casi vacía. El viejo, creyendo que molestaba a la ex-estrella, dio media vuelta para volver a casa. Pero este le chistó y el abuelo se giró. Se puso en pie, como pudo y le pidió que lo ayudase a llegar al campo de fútbol. Y también que le encontrase un balón allí. El viejo, supongo que por aburrimiento, lo ayudó y acompañó.
"Dame el balón y verás como a mis 44 años, aún mantengo la clase de mi gran época" le decía tambaleándose ese esperpéntico vagabundo al que nadie le pondría la vitola de estrella nunca jamás. "No podrás ni patearlo" dijo el abuelo convencido de aquello y le pasó con las manos el balón. Él, como le venía, levantó el balón y dio unos toques, luego con las rodillas para acabar en la cabeza, haciendo equilibrios con la bola. Mi abuelo, maravillado no creyó lo que veía pero para quitarle cualquier tipo de dudas, el genio del balón se la puso al pie con la cabeza para chutar cruzado a la escuadra contraria. Gol. Como siempre había hecho, gol.
"No estoy contento con mi vida", le dijo al viejo, "Pero creo que este era mi destino, acabar siendo una estrella sin luz". El abuelo, lo agarró por los hombros y le dijo: "Una estrella nunca se apaga, incluso después de su muerte".





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